berlín, 20 años después


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La noche del 9 de noviembre de 1989, el llamado 'muro antifascista" que debía durar 100 años, se abrió y los alemanes daban el primer paso hacia la reunificación. Los alemanes del Este recuperaron su libertad mientras Berlín Occidental dejó de ser 'una isla en el mar rojo' .

El jurado del Premio Príncipe de Asturias de la Concordia, concedido hoy a Berlín, ha querido destacar la importancia del XX aniversario de caída del Muro para recordar tanto a quienes lucharon por la libertad, cuando había dos Alemanias, como a los millones de ciudadanos que fueron capaces de construir una sociedad abierta, acogedora y creativa , sobre las cicatrices de la división. El jurado considera que Berlín ha sido «un nudo de concordia en el corazón de Alemania y de Europa, que contribuye al entendimiento, la convivencia, la justicia, la paz y la libertad en el mundo».

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elmurodeberlin.eu

Lo que voy a contar ahora no lo había contado nunca, entonces no teníamos un blog y estaba pendiente. Recuerdo que había retrasado mis vacaciones precisamente porque no paramos ni un día aquel verano de 1989 haciendo reportajes y telediarios sobre los alemanes del Este que se refugiaban en las embajadas de la RFA. Y acompañando a quienes decidían arriesgarse a atravesar de noche la frontera entre Hungría y Austria.

Las escenas que rodamos entonces recordaban los primeros años de la postguerra, con prados enteros de Austria y Baviera sembrados de campamentos, con tiendas de campaña de la Cruz Roja llenas a rebosar con familias del otro lado, a menudo incompletas: «Mi mujer no ha querido venir», decía alguno; o era el marido quien había dejado a la esposa cruzar sola con los niños en brazos, incluso cruzando a nado el lago Neusiedler que hace de frontera con el Oeste.

Los soldados húngaros, ese verano de 1989, tenían la orden de no disparar, de hacer la vista gorda. Pero nosotros que estábamos allí, aquellas noches de julio y agosto, escuchábamos cómo los reclutas se divertían… tirando al aire desde las torretas de vigilancia cuando veían moverse sombras.

Nos habíamos metido en octubre y daba gloria bañarse solos en la playa almeriense de Aguadulce y hacer castillos en la arena, con mi hijo Gabriel, mientras mi buena amiga y compañera, Pilar Requena, que luego sería también corresponsal en Alemania, se desgañitaba desde Madrid para hacernos entender en el telediario que algo gordo se nos venía encima.

Lo habíamos venido advertiendo desde mayo hasta septiembre desde las cuatro esquinas de la otra Alemania y desde Budapest, donde empezó la diáspora y donde los infiltrados de la Stasi (la omnipresente policía  secreta) nos querían hacer creer que aquellos refugiados en la embajada eran todos unos indeseables, comportándose ellos sí, presuntos ‘refugiados’, como lo que en realidad eran.

No estuvimos mucho tiempo en Almería, en la playa. Suspendí mis vacaciones, volví a Alemania y me incorporé a la corresponsalía, en Bonn, la ‘aldea federal: ‘la mitad de grande que el cementerio de Chicago, pero el doble de aburrida’, bromeaba cariñosamente un corresponsal norteamericano en la que fue capital de Alemania Occidental durante justo medio siglo.

Como Torrespaña no terminaba de autorizar mi desplazamiento a Berlín, que yo reclamaba insistentemente, cogimos el viernes 3 de noviembre una furgoneta, cargamos en ella nuestros los dos montajes Betacam-SP y llegamos a tiempo a la impresionante manifestación de la Alexanderplazt, ese sábado anterior a la caída del Muro en Berlín-Este. Había estado fuera justo dos semanas, y la revolución era imparable.

Ese día mi crónica del telediario de las 3 pm llevaba una entradilla hecha a uno y otro lado del Muro, de la Puerta de Brandemburgo, en Berlín-Este y en Berlín-Occidental. 1 hora y 35 minutos nos costó grabarla, porque tuvimos que pasar el control de los vopos en Check-Point-Chaly. Tuvimos suerte, porque en el control del otro Berlín dímos con un par de policías jóvenes.

En esa ‘entradilla’ a cámara decía yo desde el Oeste:

Esta Puerta de Brandemburgo es el símbolo de 40 años de división europea…

Y desde Berlín-Este:

…pero pronto se prodría convertirse en la imagen de la reunificación.

Al recibir el satélite con mi crónica de la impresionante manifestación de Alexanderplazt, media hora antes de que empezara el telediario, en Madrid pensaron que Siles se había pasado, y la cortaron. Ese comentario premonitorio nunca llegó a emitirse. Cinco días más tarde caía el Muro de Berlín.

Ese mismo mismo 4 de noviembre, nos instalamos a la vez en dos hoteles de Berlín, a uno y otro lado del Muro… para garantizarnos el acceso a la noticia. El cámara Esteban González, su asistente de sonido y Cristina, la productora de TVE, y yo. Teníamos habitaciones en el Palace, frente al ayuntamiento rojo, en Berlín-Este, que luego descubriríamos que tenía cámaras ocultas en las habitaciones destinadas a occidentales. También estábamos pagando habitación en el Kempinski, junto al Ku’Damm’, en el Oeste. Así pudimos tener salvoconducto y paso libre entre los dos berlines, tan valioso la noche en que cayó el Muro.

Y así pudimos ser los primeros en contarlo.

Diez años más tarde, la televisión alemana incluiría las imágenes inéditas rodadas por nosotros entre las 8 y las 10 de la noche del 9 de noviembre, con las calles de Berlín-Este vacías. ‘Als die Mauer fiel‘, de la ARD, 1999, es un impresionante documental que recorre minuto a minuto las horas anteriores a la caída del Muro. En su estreno, en el Zoo Palast de Berlín, TVE fue invitada de honor y pudimos leer con orgullo en la gran pantalla de la Berlinale: «Estas imágenes inéditas fueron rodadas por un equipo de la Televisión Española.»

Los alemanes del otro lado no se podían creer que un pasaporte válido el Gobierno de Egon Krenz, el liquidador, les abría las puertas del Muro. Recuerdo esa noche en el otro lado a una familia (padre, madre y una niña de 9 ó 10 años), con chapas de Gorbachov en la solapa y lágrimas en los ojos. Los entrevistamos apoyados en una verja, frente a la Puerta de Brandemburgo. Eran alemanes del Este y apenas podían hablar.

No se lo creían. ¿Cómo se lo iban a creer si habían vivido durante décadas con la mentira y la manipulación como divisa? Lo que les acababan de contar por la tele no podía ser cierto., tenía que ser otra maniobra del régimen comunista. Y aunque esta vez lo fuera, nadie se lo creyó y los alemanes del este siguieron en sus casas hasta que vieron las imágenesen directo de la televisión del otro lado enfocando al Muro, esperando que se alguien se decidiera a salir.

Hablando con esa familia casi a oscuras, iluminando apenas con el foco de la cámara que no tenía ya mucha batería, la pequeña acertó a decir muy tranquila: «Mi mami dice que pronto vamos a ver la abuela, que está en Düsseldorf.»

Mi director de Informativos de entonces, Diego Carcedo, me fulminaba 48 horas después y yo perdía el privilegio de ser corresponsal en Alemania porque me había ido a buscar la noticia antes de que llegara su permiso. Un permiso que jamás habría llegado. Violar el principio de autoridad fue más grave que el mérito de ser los primeros en llegar a la caída del Muro.

Todavía recuerdo las dudas al teléfono del editor del telediario en la madrugada del 8 al 9 de noviembre, cuando las calles de Berlín-Oeste estaban ya a rebosar de alemanes del Este… Martín Mateos no quería ni directo ni crónica: «Siles, ¿estás seguro de que han abierto el Muro? No te lo estarás inventando», me decía el incrédulo editor, por teléfono.

Creo que hicimos crónica, pero el directo se lo comieron. Unas horas más tarde, en el telediario matinal, me acuerdo cómo se me puso la carne de gallina al saludar desde Berlín a toda España con el ¡buenos días! más sentido que he dicho nunca jamás.

Era el 10 de noviembre de 1989, el Muro había dejado de existir esa madrugada y Berlín amanecía libre por primera vez en más de 28 años.